Yo me movía sin tener que escuchar el sonsonete de la moneda cayendo en el bote, sobre todo si era un niño o una niña quien se quedaba mirando mi presencia colorista. Me parecía lo mínimo por ocupar la calle.
Si los padres osaban meterse la mano en los bolsos para sacar una moneda, sonreía por dentro.
Mi baile era sencillo pues a los niños les gusta lo tranquilo, lo fácil, lo esperado. Un pasito hacia un lado, otro movimiento acompasado hacia el otro y unos leves movimientos de brazos.
La verdad es que con lo que pesaban todas aquellas telas, tampoco me daba para mucho más. Tenía uno de los mejores trabajos del mundo. Hablar con mis movimientos a niños que se quedaban convencidos de que yo existía.