Estoy pasando unos días en un buffer libre. Bueno no lo sé. Dudo de si es un restaurante muy grande con derecho a dormir, o un hotel con derecho a comer lo que quieras.
En los bufet libres la gente se mueve mucho buscando su rodaja de chorizo, y no se fijan en que los miramos los enfermos alcahuetes. Es un lugar fabuloso para observar animales como en los zoo, pero sí, todos diferentes y humanos.
Hoy he observado en el desayuno varias pasadas de una chica joven para su tamaño, muy mayor para sus formas de moverse. Iba con el pantalón del pijama en el restaurante de unos 300 comensales moviéndose. Le caía fatal el pantalón de flores azules, pues por detrás se le había movido de sitio la braga y junto a sus mollas le hacía el conjunto de ropas y carnes unas formas cubistas casi abstractas.
Era la libertad personificada pues se la soplaba todo. La vi dudar varios segundos frente a la ensaimada y al final optó por el dónut de chocolate. Parecía lógico, pero le gustaba dudar entre el chorizo de Pamplona y el conglomerado de carne cocida que nunca fue jamón de York.
En los bufet hay mucho ruido de fondo, pero pocas personas hablan. Yo creo que el ruido de fondo está grabado para que te des prisa y estés poco tiempo eligiendo tortillas rellenas o huevos a la plancha en el desayuno.
Para disimularme yo mismo, al zumo de naranja de sobre le añado un toque de zumo de piña y así no sé qué estoy bebiendo. Y me creo que es una fruta nueva que habrían traído de un país desconocido para mi.