Estoy en la terraza hablando con una paloma, y aunque ella me entiende perfectamente no es capaz de responderme. Me mira, gira la cabeza varias veces, no me pierde de vista a un par de palmos de distancia, pero no sabe hablarme. O yo no le entiendo del todo.
Cuando más atenta la tenía, cuando ya habíamos entrado en conversación unipersonal, y yo le hablaba del pan que le pongo, mojado para que no le raspe la garganta, a veces con algo de arroz cocido para cambiar de sabores, ha venido otra paloma que ya ni lo sé ni me importa si era paloma o palomo, y se han ido los dos sin despedirse.
Como es lógico y ante el despecho, he optado por retirarle las migas de pan que le había puesto en su caseta de comida. Conmigo esas faltas de respeto no, las mínimas. Y me he bajado a dejarlo por escrito, para aliviarme.
Creo que subiré otra vez a volver a poner el pan. El amor entre palomas es lógico.